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La otra Alma

Por: Ricardo Mejia Cano

Las épocas de Navidad, también lo son de reflexión. El origen divino del adorado niño es preferible dejarlo a teólogos y sabios eclesiásticos, quienes seguramente tienen información privilegiada para profundizar en tan complejas teorías. Las enseñanzas de Jesús, por su universalidad y permanencia, si deben ser motivo de análisis. ¿Qué hizo posible que valores transmitidos por cientos de años de manera verbal, hayan sobrevivido dos milenios? La respuesta puede estar en que muchos de los valores por él enseñados facilitan la convivencia y supervivencia del ser humano.

William Clay Ford III, cuarta generación de la prestigiosa familia, quien entre cargos fue presidente de la Junta Directiva de la mundialmente famosa compañía automotriz, decía: “No se si una compañía tiene alma, quiero pensar que si. Y si es así, espero que sea un alma grande y con historia, y con todos los valores que tener un alma implica.”

Si entendemos por alma el conjunto de valores que definen el comportamiento del individuo, las empresas como los seres humanos deberían tener alma. Más importante que el misterio teológico de como se forma, en ambos casos lo importante es que sea un alma buena. La calidad dependerá en buena medida de la formación y educación recibida por el “propietario”.

Dado que el origen de la mayoría de las empresas es familiar, el alma de estas dependerá de la cultura de los propietarios. La capacidad de los dueños de conservar la empresa en sus manos y con los valores de su fundador, dependerá de la habilidad de los mayores en inculcar éstos a sus herederos.

Igual que los evangelios, transmitidos verbalmente durante siglos, la cultura del fundador de una empresa conviene que la transmita oralmente. Según Elizabeth Stone (Stories Make the Family, New York Times) “las familias que controlan empresas deben ejercitarse en contar historias. No importa cuan exitosas son sus estrategias empresariales, que tan funcional es su estructura administrativa, que tan talentoso es su equipo gerencial, si no cuentan las historias, los herederos crecerán sin la memoria que construye la identidad”.

Recomienda la transmisión de los principales valores culturales de generación en generación. Cuando los miembros de la familia aprenden a contar sus historias y a divertirse contando las principales anécdotas y valores que constituyen sus raíces, los futuros accionistas-directivos-empleados aprenden su compromiso con la empresa familiar y con la sociedad.

Las historias deben ser una mezcla de realidad y ficción, que preserven los temas y eventos especiales y destaquen las personalidades más importantes de la familia. Relatos que destilen y mitifiquen lo más importante de la historia familiar y empresarial.

Según Stone los encuentros de toda la familia alrededor de eventos especiales (La Navidad) se deben aprovechar para contar historias. Y agrega: la difusión de los valores familiares por medio de impresos o videos es importante, pero si no están acompañados de la transmisión oral de las historias, pierden su valor.

¿En que medida la desintegración de muchas de nuestras empresas, en la segunda o tercera generación, radica en la incapacidad de comprometer a los herederos con la familia, la empresa y con la sociedad? En la transición generacional, una de las responsabilidades más importantes de los mayores es educar a los herederos a ser buenos accionistas. Enseñarles a soñar juntos como crecer el legado familiar, para beneficio no sólo de la familia, sino de la sociedad general.

No sólo los poetas y los novelistas tienen que soñar. Los empresarios también. Especialmente los emprendedores, fundadores de sus propias empresas, quienes además de soñar deben enseñar a soñar. Como Jesús, transmitir valores que faciliten la convivencia familiar y su permanencia unidos. Las empresas si pueden tener alma, simplemente hay que construirla.

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