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¿Un Agro Impensable?

Por: Ricardo Mejia Cano

«Pensemos lo impensable”, lema del nuevo gobierno que debíamos aplicar en el agro.

Devolver las tierras a sus originales dueños, despojados de sus parcelas de manera injusta y violenta, es una idea encomiable. Nunca he transitado por esa vía, pero algunos conocedores dicen que de buenas intenciones está lleno el camino al infierno. Mucho voluntarioso inocente es atraído por éste sendero. Obviamente es más fácil repartir tierra, que arreglar el problema de su baja productividad.

Para el presidente Santos se trata de “devolver las tierras a quienes de verdad las trabajan con vocación y sudor». Son nuestros horrores agrios y agrarios: no darles herramientas para que suden menos y les rinda más. Se necesitan tractores, sembradoras y cosechadoras mecánicas, seguros de cosecha, sistemas de riego y drenaje, buenas carreteras, internet en zonas rurales para acceder a pronósticos de lluvias y a precios de venta de materias primas y de los productos.

El agro en Colombia tuvo un protagonismo importante hasta la primera mitad del siglo pasado. De 1950 en adelante, aún con las reformas agrarias de López el Grande y de Lleras Restrepo, el sector agrario ha crecido menos de la mitad del sector industrial.

Muchos estudios prueban que la repartición de tierras en Latinoamérica no ha significado mejora en la calidad de vida de los beneficiados y tampoco aumentos de la productividad agraria. Luis Lorente (U. Nacional) sostiene en un estudio para Fedesarrollo que la baja competitividad del agro se debe en parte a tener muchas unidades de producción atomizadas, sin acceso a capital y a tecnología. Dice además: “NO DEBEMOS INSISTIR en crédito individual barato, cuando se necesita acceso masivo a capital para crear empresas y transformar la producción, ni en reforma agraria clásica, que reproduce fincas cada vez menos competitivas”.

Nuestros costos de producción de aceite de palma son 30% superiores a los de Malasia. No somos competitivos en algodón ni cacao. En café, Vietnam nos está resoplando en la nuca. Con el actual precio del dólar, flores y banano se fueron a cuidados intensivos. ¿Se arreglará todo esto repartiendo finquitas? ¿No deberíamos pensar más bien en las grandes soluciones?

El consumo de cerdo en Colombia es bajo comparado con los consumos per cápita internacionales. Su precio es muy alto debido a sus altos costos de producción. A dos horas de Villavicencio está en marcha el mayor  proyecto agroindustrial  del país: 12.000 cerdas gestantes y 6 millones de pollos alimentados con concentrado de maíz y soya, producido en la región: más de 40.000 Has. de siembras tecnificadas. Esperan reducir los costos de producción en un 30%, cuando estén a plena capacidad. Ejemplo para los lecheros.

En lugar de repartir miseria, promovamos grandes proyectos agroindustriales que por su economía de escala y tecnificación transformen el agro colombiano. Facilitemos la vinculación de grandes inversionistas. Los dos millones de hectáreas que el gobierno espera recuperar de los “intrusos”, los debería aportar a esos grandes proyectos y ceder a cada desplazado una participación accionaria, más la oportunidad de trabajar en el proyecto del cual es accionista. Nadie mejor que los desplazados merece tratamiento preferencial e incentivos para regresar al campo.

Latifundios de 500 Has. con sólo 200 o 300 cabezas de ganado, son prueba de nuestro atraso agrario. Minifundios de 5 Has., para cultivos de pancoger, son una amenaza para nuestra seguridad alimentaria. Agroindustrias de 10.000 o más hectáreas, serían nuestra salvación culinaria.

De los 40 millones de hectáreas dedicadas a la ganadería extensiva, con un promedio de 2 reses cada 3 hectáreas y poquísima generación de empleo, 15 millones son aptas para agricultura tecnificada. El gran reto del gobierno es reemplazar esas hectáreas de ganado por agricultura y comprometer a los ganaderos en aumentar sus hatos en las 25 millones de hectáreas restantes. Ganaderos, porcicultores y avicultores deben comprender que su competitividad depende de la eficiencia y tecnificación de la producción agrícola.

Pensemos que nuestros campesinos no tendrán que echar azadón todo el día, todos los días, toda la vida, y que el agro será un motor de desarrollo. ¿Impensable?

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