
La Profesionalización de los partidos
Por: Ricardo Mejia Cano
Colombia atraviesa una crisis de representación política. Los partidos tradicionales perdieron legitimidad ante la ciudadanía, y la infinidad de nuevos partidos, aunque ofrecen discursos de cambio, adolecen de estructura, visión de largo plazo y mecanismos internos de regulación. Es urgente profesionalizar los partidos políticos, dotarlos de estructuras de buen gobierno, que tengan visión de largo plazo, tal como ocurre en instituciones empresariales de alto nivel.
La fortaleza de una democracia depende en buena medida de la solidez de los partidos políticos. En Colombia hay una proliferación de partidos que más bien parecen empresas electorales de carácter unipersonal. Más que fortalecer la democracia la debilitan.
Los partidos deberían operar como corporaciones modernas, con estructuras claras de dirección, mecanismos de control, gestión del talento y metas a largo plazo. No basta con movilizar votos cada cuatro años; es indispensable formar cuadros políticos competentes, comprometidos con el bienestar común y capaces de formular las estrategias para que Colombia en un futuro sea un país sin pobreza, en paz y con altos niveles de desarrollo.
Uno de los problemas centrales de los partidos en Colombia es la falta de renovación de sus liderazgos. Muchos dirigentes se perpetúan en cargos durante décadas, sin permitir el ascenso de nuevas generaciones. Para revertir esta situación, los partidos deben crear semilleros para formar a los futuros dirigentes.
Para tal fin, sus dirigentes deberían visitar las universidades y presentar a los estudiantes sus planes a largo plazo, motivarlos a ingresar a los partidos y participar en política, buscando jóvenes inteligentes, con liderazgo y capaces e interesarlos a hacer carrera dentro del partido.
Estos semilleros deberían estar acompañados por planes de carrera, que permitan a los futuros líderes tener experiencias diversas (iniciarse en lo local para luego pasar a lo nacional), prepararse en administración pública e ir asumiendo gradualmente nuevas responsabilidades. Los partidos también deberían establecer planes de sucesión y edades máximas para ejercer cargos ejecutivos. Por ejemplo, fijar un límite de 72 años para ser candidato a la Presidencia, gobernaciones o alcaldías, y de 77 años para ocupar una curul en el Congreso. No se trata de excluir a los mayores, sino de forzar procesos de renovación y garantizar que el liderazgo se adapte a los retos de cada época.
El número de periodos que puede repetir un congresista se debería limitar a máximo 5. Después de 20 años en el congreso, deben dar espacio a las nuevas generaciones del partido. Igual con ediles y concejales.
Así como una empresa moderna cuenta con una asamblea de socios y órganos de gobierno y control, los partidos políticos deberían establecer una Sala de Dirección, compuesta por expresidentes, exministros, excongresistas y otras figuras destacadas del partido sin aspiraciones a cargos públicos. Esta Sala sería responsable de nombrar una revisoría fiscal independiente, así como una Junta Directiva encargada de fijar los objetivos a largo plazo, la estrategia para lograrlos, el seguimiento de metas, la supervisión de campañas electorales y la formación del talento interno. Esa junta debería estar conformada por políticos, empresarios y académicos del partido, también sin aspiraciones a cargos públicos.
La edad de retiro para estos órganos podría establecerse en 80 años, con la posibilidad de que los mayores de esa edad puedan participar como miembros eméritos con voz, pero sin voto. Esto garantizaría el aporte de la experiencia, sin obstaculizar la renovación generacional.
Los partidos no pueden seguir funcionando con una visión cortoplacista centrada únicamente en ganar la próxima elección. Deben plantear metas ambiciosas a 20 años, relacionadas con el desarrollo nacional: erradicación de la pobreza, fortalecimiento institucional, transformación educativa y del sistema judicial, recuperar el sistema de salud, modernización de la infraestructura y apoyo a la iniciativa privada.
A partir de estos objetivos, la Junta Directiva de cada partido debería delinear una estrategia clara, con hitos medibles y proyectos concretos que trasciendan los ciclos electorales. Esto permitiría dar coherencia a las propuestas políticas, articular programas de gobierno sucesivos, y generar confianza entre los ciudadanos.
Uno de los mayores males de la política colombiana es la financiación irregular de campañas. Para erradicarla, los partidos deben adoptar mecanismos de auditoría interna independientes, con revisores fiscales nombrados por la Sala de Dirección, y establecer reglas estrictas de financiación y gasto. Las campañas deben ser completamente auditables y sus informes financieros publicados de forma clara y accesible.
En lugar de pedir contribuciones al sector privado, que sólo encarecen las campañas, deberían incentivar a los empresarios para alfabetizar políticamente a sus trabajadores. Los lideres de los partidos políticos deberían buscar mayor contacto con los empresarios y sus trabajadores y promover reuniones con estos para ilustrarlos sobre la situación política del país.
Con el fin de evitar tanto partido de bolsillo se debería aumentar el umbral al 5%.
La profesionalización de los partidos, inspirada en principios de buen gobierno, es un paso esencial para recuperar la confianza ciudadana y liderar la transformación que necesita Colombia.
Nota: si los programas de los partidos no incluyen una reforma radical de la educación, Colombia nunca saldrá del subdesarrollo.