No hay espacio para tibios
Por: Ricardo Mejia Cano
Colombia vive uno de sus mejores momentos de la historia: las instituciones nunca habían estado tan sólidas, las fuerzas armadas están en su mejor momento, la seguridad y la confianza de los colombianos nunca había logrado índices tan altos, la construcción de infraestructura marcha a todo vapor, los emprendedores están llenos de ilusión de crear empresas, etc. Es cierto que el 70% de los colombianos creemos todo lo contrario, pero el 30% que sigue a Petro, en medio del dogmatismo e incapacidad de abrir los ojos, cree todo lo que este dice.
La realidad: Colombia en lugar de avanzar, retrocede.
Si el país se entrega otros cuatro años al proyecto político de Petro, el daño será irreversible. El resultado de las elecciones del 2026 podría significar un punto de no retorno. Y ante esa encrucijada, la oposición tiene un solo camino: unirse, sin vacilaciones.
Los candidatos de la oposición no han entendido el riesgo que enfrentamos. Figuras de centro como Fajardo, o mediáticas como Vicky o de derecha como de la Espriella parecen convencidos de que su proyecto es el único legítimo. El ego y la vanidad pesan más que el amor por el país.
De la Espriella, Vicky y otros candidatos de oposición han manifestado que han abandonado sus profesiones exitosas para servir al país. La mejor manera de servirlo sería participando en un proyecto para ganar las elecciones en la primera vuelta. Según la Misión de Observación Electoral en la segunda vuelta se duplican las denuncias por delitos electorales con relación a la primera vuelta.
Los candidatos de la oposición no son adversarios, el verdadero adversario es el proyecto de la izquierda radical que ha demostrado su desprecio por la democracia, por la legalidad, por el crecimiento económico, por la justicia, por la propiedad privada y por la formación y experiencia que deben tener los funcionarios del estado. Se nutre de la polarización y la desinstitucionalización. Y frente a esto, la división de las fuerzas de oposición es un suicidio.
Si de todas maneras los candidatos se presentarán al veredicto de los electores, porque no hacerlo con un poco de anticipación. La oposición unida podría sacar más de 12 millones de votos en la primera vuelta. Suficiente para derrotar al petrismo, que difícilmente superará los 8 millones. Pero en la segunda vuelta, con toda la maquinaria del Estado a su favor y su capacidad de hacer fraude, el resultado sería otro.
No se trata de una unión entre 5 o 6 candidatos, se trata de unir a los más de 15 candidatos, con suficiente reconocimiento de centro y derecha, para ganar en primera vuelta. El candidato de los colombianos que queremos el progreso del país, con justicia y equidad, debería ser el que triunfe en la consulta de marzo del 26.
Esto no es una competencia de egos. No hay espacio para candidaturas por vanidad, ni para aventuras personales. Colombia no necesita un salvador iluminado, necesita un pacto colectivo por la reconstrucción nacional.
Ese pacto debe tener como base cinco pilares: educación de calidad, justicia efectiva con unas fuerzas armadas que hagan cumplir la ley, recuperar y mejorar el sistema de salud, infraestructura moderna y apoyo a la iniciativa privada.
La unidad no se puede dejar para la segunda vuelta. Es ahora cuando deben empezar los gestos de grandeza. No bastan las declaraciones tibias de disposición al diálogo. Se necesita un compromiso explícito: los líderes de la oposición deben aceptar un mecanismo legítimo, como una consulta en las parlamentarias del 26, para escoger al candidato único.
Esa unidad no será perfecta ni cómoda y seguramente no borrará las diferencias entre ellos, pero es la única manera de reaccionar ante un enemigo común que pone en riesgo la esencia misma de la democracia y de la república.
Los candidatos de la oposición deben preguntarse si están dispuestos a ser recordados como los artífices de la reconstrucción o como los responsables de la ruina. Igual deben preguntarse quienes votan en blanco o no votan. La historia no absuelve a los tibios, ni a los ególatras, tampoco a los indiferentes.