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Contra las aves de rapiña

Por: Ricardo Mejía Cano

Cuando escucho “Mañana nos casaremos” o “Trago a los músicos” en el requinto de Jorge Ariza, me siento en las montañas de Colombia, muy cerca de Boyacá y Santander, donde mejor se adaptó a nuestra cultura musical este novedoso instrumento, que no es un tiple ni una lira, pero supera a ambos.

Con el fin de sembrar en mi familia el amor por lo nuestro, pensé qué recorriendo juntos Boyacá en bicicleta, entrando a sus fondas y cafés, empezarían a tomarle gusto a nuestro folclor y conocer un poco de la historia y geografía de la región donde se dio nuestra independencia.

Dejar atrás el lago Sochagota, la cuesta del Club Las Rokas y descender al valle del Pantano de Vargas, con la apertura visual que permite la bici, lo pone a uno en el contexto preciso de la batalla. Llegar un poco acalorado, después del esfuerzo, facilita entender como debió llegar el ejército de Bolivar, luego de cruzar el Páramo de Pisba, donde quedaron la mitad de sus hombres. Con razón Barreiro, al observar el ejercito patriota diezmado, con hambre y agotado, exclamó: “Ni Dios ni nadie me quitará esta victoria”.  Cuando Bolivar ya se daba por vencido, como tantas veces lo había sido en su vida militar, pidió a Rendón y a sus 14 lanceros: “Salve usted la patria”, y nos salvó. Nuestro origen como nación fue fruto del albur, o para un pueblo de creyentes, gracias a la voluntad divina.

Luego del Pantano hay un ascenso, bastante más fuerte que el anterior y al alcanzar la cima, se va por la cresta de la montaña, con una vista espectacular de las montañas boyacenses, para luego bajar a Firavitoba e Iza, uno de los pueblos de mayor encanto en Boyacá. En el Restaurante Las Acacias le cuidan las bicicletas, mientras usted en la terraza interior se recupera con las famosas truchas del lago de Tota.

El día siguiente fuimos de Tota al Viñedo y Cava Loma de Puntalarga, donde mientras usted degusta los vinos, disfruta de una vista espectacular del valle que comunica Sogamoso con Duitama. Una degustación controlada, pues luego debíamos subir a Monguí: Patrimonio de Colombia, gracias a su Basílica y Claustro, el Puente Real de Calicanto, sus calles empedradas, su arquitectura y fascinante historia. Lleno de restaurantes, cafés, bares y puntos de interés, el tiempo siempre queda corto para disfrutar de su gente acogedora.

Monguí-Duitama lo hicimos por la carretera de Corrales a Santa Rosa de Viterbo: los paisajes más bonitos de toda la travesía. El cultivo del trigo y la tradición panadera de Boyacá empezaron a mediados del S. XVI. En cada pueblo y en especial en sus bellas plazas abundan panaderías excelentes, donde el viajero puede entablar conversación con los locales y degustar la pastelería de la región.

Otro trayecto precioso fue de Combita a Villa de Leyva. Se pasa por la casa donde Nairo Quintana pasó su juventud y de ñapa uno tiene que pedalear la misma ruta que Nairo hacía de pequeño para ir al colegio en Arcabuco. ¡Con razón es el mejor ciclista colombiano de todos los tiempos!

Colombia se ha vuelto destino del ciclismo recreativo internacional, desafortunadamente nosotros no lo aprovechamos y disfrutamos.

Mis hijos no le tomaran gusto al requinto y a la música celestial de Ariza, pero cada vez tienen más claro que no hay mejor país y más bello que Colombia y que tienen que trabajar por su progreso, por mayor equidad y defenderlo de las aves de rapiña y populistas que quieren descuartizarlo.  

Nota: Mi señora y mis hijas hicieron el recorrido en bicicletas eléctricas, mi hijo y yo en bici de ruta.

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