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La Cátedra del Epitafio

Por: Ricardo Mejia Cano.

-“No duermo. Cambié mi vida queriendo encontrar y entender la razón última de vivir y… no hay respuesta, no la encuentro. Como seres inteligentes deberíamos tener una definición comprensible y motivante de la norma que regirá nuestro destino ¿Si las empresas y sus juntas directivas tienen la obligación de encontrar una frase sencilla, comprensible y altruista, con el fin de motivar a sus empleados a luchar por una causa noble, definida con el nombre celestial de Misión; cómo puede la vida de cada uno de nosotros, más importante que cualquier compañía, no tener definida desde temprana edad su Misión? El mayor inspirador de la vida es la muerte, y el epitafio nos obliga a pensar en una realidad tan trascendental”, me dijo angustiado.

-“El trascendental eres tu”.

-“¿Acaso la humanidad recuerda a los Medicci por su fortuna, o por su aporte a la tediosa contabilidad, al contratar los servicios del buen Paccioli? No. Los recuerdan por sus aportes a la cultura, al desarrollo de las ciencias, de la humanidad. Extrañamente tu, como los provincianos locales, consideras a Medellín un paraíso y olvidas…”. –“Oye, precisamente porque he recorrido el mundo puedo afirmar que Medellín tiene una calidad de vida excepcional, y será aun mejor si seguimos eligiendo buenos gobernantes”.

-“Para ponértelo en términos locales, a Pablo Escobar no lo recuerdan por su fortuna, sino por malo, sanguinario y asesino. Y nadie quiere ser recordado por eso. Si en último año de colegio y primero de pregrado enseñaran a los jóvenes a encontrarse a si mismos, a destorcer su ser, a descubrir sus talentos, y definir cual será su aporte a la humanidad, no sólo formaríamos gente más feliz, sino que tendríamos una Colombia mejor. Los jóvenes necesitan la Cátedra del Epitafio”.

-“Una propuesta original”.

-“Hemos entendido el epitafio como una simple frase para perpetuar la memoria de lo que fuimos, cuando debería definirse a temprana edad y convertirse en la turbina que impulse lo que queremos ser. Piensa en algo como “Con conocimiento y humildad ayudaré a la humanidad”, y si se cumple, en la lápida sólo habrá que cambiar el tiempo del verbo. El epitafio no sería maldito si yo ya hubiera encontrado la respuesta a esa directriz sencilla y cautivadora, que debería dignificar, enaltecer, ennoblecer todos nuestros actos. Cada uno de nosotros debería tener esa frase. Nos ayudaría a comportarnos mejor. Ella resumiría en nuestra lápida nuestro efímero tránsito terrestre”.

-“Entiendo”.

-“Bill Gates ya encontró la razón de su existencia. Dejar Microsoft y dedicar su fortuna, su sabiduría y su tiempo para ayudar a la humanidad, indica que encontró su destino. Yo llevo mucho más tiempo pensando en esto, y aun no tengo respuesta. A veces pienso que Gates es más inteligente que yo”.

-“En eso no te equivocas” Le dije sonriendo. “Además encontrar lo que se quiere no es fácil y uno va cambiando los objetivos. Si como dices las juntas de las empresas, conformadas supuestamente por gente preparada e inteligente, dedican esfuerzo e inteligencia al tal tema de la Misión, y terminan aprobando babosadas, tú entonces debes tener paciencia. No enloquezcas. Llevas una vida normal, llena de cosas buenas, con gente que te quiere y que quieres. ¿Puedes pedir más?”.

-“No me atormentes. De allí a la mediocridad hay medio paso”.

-“Lo de la Cátedra del Epitafio tiene mucho sentido. Sería importante enseñar a los jóvenes a profundizar en la razón de su destino, a analizar y comprender las verdaderas razones de la felicidad, entender que el dinero no puede ser una meta, pero que puede ser bienvenido si es el resultado de actividades que generen progreso y bienestar a los demás. Pero tú, a ese paso, encontrarás primero la lápida que tu maldito epitafio”.

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