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La Iniciativa Privada

Por: Ricardo Mejía Cano

Su madre hacía chocolates y el hijo de 6 años los vendía. Pero una cosa era vender chocolates para ganarse unos pesos después del colegio y otra muy distinta es vender chocolates para hacer una empresa. Y eso es lo que quería el hijo.

Muchos años después su primera quiebra fue descomunal. Su esposa le dejó y se fue con el hijo a donde sus padres al Canadá.

Consiguió otra esposa y siguió sin mucho éxito con los chocolates. Los papeles se cambiaron: él se puso al frente de la producción en la cocina y su esposa vendía los chocolates. Bordearon la miseria.

Finalmente dio con un par de fórmulas exitosas y les empezó a sonreír el éxito. Un día de negocios en Chicago se entera que su hijo, a quien no veía desde que se había ido a Canadá 20 años atrás con la mamá, estaba en la cárcel.

El hijo trabajaba vendiendo cigarrillos Camel y había empapelado la ciudad con propaganda. Violar las normas de avisos y carteles lo puso tras las rejas.

El padre pagó la multa. Lo invitó a tomar una leche malteada y le contó su dura historia. El hijo le dijo: chocolates hacen todos, mezcla tus chocolates con leche maltada, has algo diferente. El papá le hizo caso. Como su nombre Mars (Marte), ya lo tenían las otras chocolatinas, se le ocurrió que lo más cercano era la vía láctea y denominó su nuevo producto “Milky Way”.

La vida cambió para el padre y de nuevo se olvidó del hijo. El primero empezó a gastarse la fortuna en carros lujosos, criaderos de caballos y grandes mansiones, estilo de vida que el segundo no compartía.

Después de una dura discusión el padre le dio al hijo $ US 50.000 y la licencia para vender “Milky Way” en Canadá y Europa. Forrest se fue para Inglaterra con su familia y su éxito superó la del padre.

Aunque Forrest le ayudó a su padre a salir de la pobreza, este nunca le agradeció al hijo. Al morir el padre, la compañía la dejó a su esposa, quien incapaz de manejarla, la vendió a su hijastro. Este reunió a todos los asociados, como allí denominan a todos los colaboradores, y se arrodilló: rezó por Mars y “Milky Way”. Creó una mística y como resultado nació la Corporación Mars, hoy un conglomerado con más de 125.000 asociados.

La cultura que dejó Forrest fue de absoluta austeridad y total compromiso. Nadie tiene oficinas individuales, ni secretarias personales, cada uno tiene que tomar sus fotocopias y hacer sus llamadas. Los salarios de todos están ligados a los resultados. La totalidad de las utilidades se reinvierten en las empresas; gracias a esta cultura el endeudamiento es mínimo. No existe burocracia. La mayoría de los emprendedores exitosos, convierten el propósito de su compañía en una religión.

La construcción de una empresa requiere el esfuerzo sucesivo de varias generaciones. Frank el fundador, de ninguna manera preparó a su hijo para continuar el legado, pero Forrest sí lo hizo con sus tres hijos y estos a su vez con sus hijos.

Para que a sus herederos y asociados no les quedara duda de su propósito, estableció en 1947 cinco principios: 1. Excelente calidad en el trabajo es parte de la contribución a la sociedad, 2. Responsabilidad individual y empresarial, 3. Cada decisión debe tener como último fin un beneficio para la sociedad, 4. Alta eficiencia es la base para el mejor aprovechamiento de los recursos, y 5. Mantener la independencia financiera para tomar decisiones sin interferencias externas.

La iniciativa privada, más que los gobiernos, será la responsable de la construcción de un mundo mejor.

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