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La Fiesta de los Muertos

Por: Ricardo Mejia Cano

Poco antes de morir, un encapuchado le dio una bolsa con dinero y le pidió que le compusiese un himno a la muerte. Sin saber quién era, se puso a la tarea. Como sus múltiples compromisos le impedían terminar el himno, el encapuchado se le apareció de nuevo. Enfermo y angustiado, Mozart pensó que el misterioso personaje era la premonición de la muerte. Algo de razón tenía, pues murió al poco tiempo. Pero nos dejó la vida: “El Requiem”.

Las diferentes actividades del Museo Cementerio San Pedro, con su alegría y colorido, dan nuevamente vida a los muertos y a los vivos nos recuerdan la importancia de la muerte. El miércoles pasado, bajo la dirección del maestro Alberto Correa, la Orquesta Filarmónica de Medellín y el Coro del Estudio Polifónico de Medellín, interpretaron el Requiem de Mozart. La fiesta fue en la Capilla: vivos y muertos entendimos la insignificancia de las ambiciones y la grandeza de la Creación.

La capilla estuvo a reventar. Primero la coparon los vivos. Luego los habitantes del lugar. Éstos, atraídos por la belleza de la música, se unieron a la fiesta. No ocupaban espacio, pero nos transmitieron su paz, regocijo y momentos importantes de la historia.

Carlos E. Restrepo y Fidel Cano recordaron su vida política al frente de la Junta Patriótica de Antioquia y de la Junta de Conciliación de los partidos y el ascenso a la presidencia de la República del primero y al Senado del segundo. Recordaron como perteneciendo a partidos políticos distintos, editorializaban en “Vida Nueva” y “El Espectador” sobre la importancia del respeto a las ideas y de la paz.

Fidel rió a carcajadas recordando cuando el general Marceliano Vélez recibió la orden de apresarlo: el General, aunque conservador nato, era pariente de la esposa de Fidel y admirador de la pluma, los principios y firmeza de carácter del periodista, así que le dijo a Elenita, la esposa de Fidel: “Dígale que se esconda rápido en la montaña, pues ahora voy a firmar la orden de arresto”. Fidel no era muy ortodoxo en cuidarse de tal advertencia: a los pocos días el General dijo de nuevo a Elenita: “Por favor dígale a Fidel que cambie de escondite, ya sé donde está”.

En medio del “Offertorium”: “Señor, permite que el Arcángel San Miguel guíe las almas hacia la luz…”, Fidel, lleno de júbilo, en compañía de su familia, les recitó a sus nietas Titi (Así le decían) y Maria Elena: “Juntas dormisteis/ El inocente, / Tranquilo sueño/ de la niñez…/En paz y juntas, / Nietas mías, / El sueño eterno/ Dormid también!”.

Gustavo Mejia, liberal hasta la médula, se sentó con su hijo Darío y recordaron como ambos habían dedicado parte importante de sus vidas a la defensa de las ideas liberales. Papá e hijo habían compartido hasta los mismos amigos, el más destacado, Carlos Lleras Restrepo, quien había sido compañero en la Cámara de Representantes del primero y a quien Darío le hizo campaña a la presidencia.

Gustavo tuvo oportunidad de conocer a su biznieta Andrea. En medio de la belleza del “Sanctus”, que debe ser la música del Paraíso, Gustavo sintió la misma alegría que cuando nació su hijo y recitó a la joven: “Llegas como un mesías de ojos sabios/ a redimir el mundo de mis penas,/ con sangre de mi sangre entre las venas/ y el grito de la vida entre los labios”. Titi, con su aguda sensibilidad, se les unió cuando su suegro empezaba a recitar tan bello poema.

Fue una fiesta para las familias del lugar. Vi a Carlos E. Restrepo charlar animadamente con su tio-bizabuelo. El ex presidente debió sentir enorme satisfacción al pensar en la estirpe de prohombres que él y su hermano Nicanor le habían legado al país.

Espero poder gozar muchos años más, en el Museo San Pedro, la Fiesta de los Muertos, que también es para los vivos. Y cuando me llegue el turno, quedarme allí, y disfrutar en familia, eternamente, de la belleza de la Creación.

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